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Las necesidades humanas Gestión del abastecimiento urbano
Roque Gistau Gistau * * Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Licenciado en Ciencias Empresariales por ICADE
Descriptores: Agua, Acueducto, Calidad, Cloaca, Colector, Demanda, Depuración, Distribución, Fuente, Captación, Garantía, Gestión
El agua es también "input" natural de la producción agrícola y ganadera, materia imprescindible para la industria y transmisor de energía. Voy a tratar en estas páginas exclusivamente del uso urbano del agua, el uso más noble, el que tiene que ver con la ingesta, el aseo y la sanidad de los hombres y las urbes. Aunque existen indicios de infraestructuras hidráulicas para riego en Egipto desde hace más de tres mil quinientos años, canales de navegación en Grecia y China, sistemas de captación en mina y de riego árabes que fueron posteriormente trasladados a nuestras provincias de Levante y Mediodía, nadie como el Imperio Romano igualó en el arte de utilizar las aguas: captarlas, llevarlas y distribuirlas y volverlas a conducir, a través de sistemas cloacales, a pozos negros y cauces en los que la autodepuración las regenera para hacerlas nuevamente utilizables a los habitantes de las riberas aguas abajo. Los acueductos que el Imperio levantó en toda Europa y parte del norte de África y Asia han sido motivo de admiración de todos los tiempos y sus ruinas nos asombran hoy, en los albores del siglo xxi. Ni las modernas tecnologías, ni los nuevos materiales utilizados en las actuales construcciones hidráulicas ensombrecen, sino más bien realzan, la grandiosidad, belleza y atrevimiento de las construcciones de Augusto y Trajano.
El
abastecimiento En el área de calidad, teniendo en cuenta que el abastecimiento es el uso más noble del agua, el planificador debe reservar las aguas de mejor calidad y el suministrador ulteriormente debe preservarlas de cualquier contaminación indeseable. Debe asegurarse además la salubridad del agua mediante un tratamiento y desinfección adecuados. Pero no olvidemos que la calidad de la materia prima debe ser protegida –protegiendo las fuentes– y que el mejor tratamiento del agua es el que no hay que hacer. Los romanos sabían muy bien que no todas las aguas son igualmente propias para la bebida y demás aplicaciones urbanas, y a pesar de que carecían de suficientes conocimientos químicos, con una exquisita intuición sanitaria y un gran sentido práctico, hicieron una clasificación de las aguas potables difícilmente mejorable en el siglo xx. Celso dice en su «Tratado de Medicina» que las aguas de lluvia son las más ligeras que se beben, y coloca a continuación y en este orden las de los manantiales, ríos, pozos, nieve y hielo, terminando por las de los lagos, que dice ser más pesadas y pesadísimas y peores que todas las de los pantanos.1 Recientemente una Directiva Comunitaria ha establecido una clasificación de las aguas en orden a su idoneidad para usos urbanos prescribiendo los tratamientos que proceden según la calidad del agua captada y proscribiendo la captación de otros tipos de aguas. La aireación y, más en concreto, la oxigenación de las aguas se ha considerado desde Hipócrates a Galeno elemento esencial para la ingestión: "las hace agradables al paladar y de fácil digestión". Los ingenieros sanitarios del XIX observaron que la anoxia y falta de aire en la captación se recuperan en el trayecto en muy pocos instantes; tal es la avidez del agua por el aire, por lo que la falta de aire/oxígeno en origen no representa ninguna limitación de calidad. En cuanto a la conveniencia para la salud humana de que las aguas tengan minerales y/o sales disueltas, hemos conocido opiniones diversas. La verdad es que en todo el mundo se han bebido desde aguas cuasi destiladas hasta aguas gordas impotables para quienes no han tenido por costumbre su ingesta desde largo tiempo. El Doctor Claric y los señores Bortron y Boudet idearon un procedimiento de apreciación del total de sales de calcio y magnesio, con expresión en una escala hidrotimétrica entre cero grados para el agua destilada y 25 para las buenas potables. Sobre la inconveniencia de la presencia de materia orgánica en el agua en orden a su potabilidad hay unanimidad. Los tratamientos modernos permiten corregir los valores fisicoquímicos del agua bruta para "producir" casi el agua que queremos. No es tan fácil alcanzar condiciones organolépticas prefijadas. Las sensaciones sensoriales (olor, sabor, tacto) no son tan "producibles". Fig. 1. Acueducto romano de Los Milagros. Mérida (Badajoz). La cantidad es la segunda condición. Hay que asegurar la disponibilidad en todo lugar de la ciudad y en todo momento de la cantidad de agua que demanda el usuario. Y aunque es evidente que, del agua que el ciudadano utiliza, sólo el 10% le resultaría imprescindible para subsistir, también es cierto que el otro 90% le resulta necesaria para vivir con los estándares de calidad de que dispone en los otros servicios urbanos. Por tanto, el objetivo es claro, hay que garantizar el servicio y el gestor del abastecimiento debe ser capaz de administrar los periodos de escasez contando con suministros alternativos y ajustes en la demanda que no perturben la confortabilidad de los clientes. En tiempo de Nerva los nueve acueductos aductores llevaban a Roma 1.500.000 m3/día, para una población que según diversos historiadores oscilaba entre uno y cuatro millones de habitantes. La dotación resultaba del orden de los 370 litros por habitante y día, cantidad que hoy no es alcanzada en muchas de las metrópolis modernas. En la actualidad disponemos de más elementos consumidores de agua en el equipamiento de nuestras viviendas. Además del consumo en el aseo personal, las máquinas necesarias para el lavado, la refrigeración, los riegos de los parques y jardines y el aseo urbano (limpieza de colectores, calles, automóviles, áreas deportivas y de ocio) necesitan del agua que los romanos no consumían. Es cierto que en tanto las máquinas son más eficientes podría pensarse en reducir las dotaciones actuales, pero en el futuro sería equivalente a reducir la confortabilidad de los ciudadanos. A modo de ejemplo y bajo el titular "La guerra de los retretes", un diario se hacía eco de la contestación pública a una ley que, con criterios conservacionistas, obligó en Estados Unidos a comienzos de la década (1994) a que todas las nuevas cisternas tuvieran un máximo de capacidad de 1,6 galones (seis litros). Ochenta congresistas quieren abolir la ley, y Traficant, un demócrata de Ohio, argumentaba: "Desde que las autoridades de Washington, en su infinita sabiduría, obligaron a todas las cisternas de los EEUU a descargar un máximo de 1,6 galones de agua, los habitantes de este país tiran una y otra vez de la cadena hasta conseguir hacer desaparecer de los váteres todo lo que allí depositan. El resultado es que estamos gastando más agua que nunca para mantener limpios nuestros retretes." Fig. 2. Acueducto de La Sima. Canal de Isabel II. Madrid. Siglo XIX. No hay que reducir las dotaciones por debajo de los límites de la confortabilidad. Hay que diseñar sistemas eficientes y robustos que proporcionen garantía suficiente. Como decía un experto en abastecimientos no hace mucho, "¿por qué debemos ajustar más el consumo de agua, de lo que ajustamos el consumo de bebidas alcohólicas o langostinos?" Los sistemas de aducción deben ser robustos. Una primera decisión para conseguir mayor robustez sería el diseño de la aducción por sistemas, entendiendo como tales el conjunto de captaciones e infraestructuras de regulación y transporte que dan servicio a un territorio. Los romanos sólo conocían un medio para llevar el agua a las poblaciones. Los sistemas de conducción consistían siempre en el empleo del acueducto, llamado de gravitación en Inglaterra y de agua rodada en nuestro gráfico idioma. El acueducto resuelve el transporte de manera perfecta. Conducto cerrado de fábrica, aísla las aguas de la luz y del calor, no las priva del contacto con el aire y llegan a la población intactas, cuando no mejoradas, porque da lugar a que se desprenda el exceso de ácido carbónico que mantenía en disolución el carbonato cálcico. Sabían que el mejor trazado que puede darse a un acueducto es el que coloca la solera en un desmonte de dos o tres metros y así fueron construidos el 87% de los acueductos romanos. Conocían también los romanos el uso de los sifones y notables ejemplos podrían citarse en sus construcciones. El agua llegaba a los depósitos urbanos (castellum aquae), cuya construcción era necesaria, como hoy, para regular las puntas diarias o estacionales. Los depósitos tenían también la función de desarenadores y por ello se alejaban la entrada y la salida del mismo. Estaban equipados además con un desagüe de fondo y otras entradas para limpieza y extracción de sedimentos. En España tenemos magníficos ejemplos de aducciones romanas, como los abastecimientos de Cornalvo, Proserpina y Rabo de Buey, el acueducto de Segovia y el de Tarragona o el abastecimiento de Caesaraugusta, servido por un sifón de grandes dimensiones. El modelo de distribución utilizado por los romanos era una consecuencia de las limitaciones que imponían los materiales disponibles: barro cocido y plomo. De los grandes depósitos se conducía el agua a una multitud de pequeños depósitos (dividicula), cambijas o arcas de agua en nuestro idioma. Ningún servicio público o privado podía hacerse derivando el agua directamente de las cañerías generales; era indispensable acudir al arca más próxima y allí se establecía la toma y su aforo o medición. Una tubería dedicada exclusivamente al servicio de una acometida la llevaba al punto de destino. Adviértase que toda el agua era aforada. La unidad básica, que en Roma fue la quinaria (5/4 de dedo), se adaptó en Francia bajo el nombre de pulgada fontanera, en Italia como onza y en España como real fontanero: orificio cuyo diámetro es el de un real de vellón y que proporciona un caudal de tres pulgadas cúbicas por segundo, equivalente a un volumen de 150 pies cúbicos en 24 horas. Es en los sistemas de distribución donde se han producido más variaciones desde los romanos. La aparición de materiales más resistentes a la presión ha posibilitado la conducción y elevación por gravedad a edificios en altura, y la aplicación de bombas y otros ingenios mecánicos, la posibilidad de elevar las aguas e incluso mantener las redes a presión constante. A pesar de todo, y como la fuerza de elevación más segura y barata es la gravedad, debe utilizarse ésta en la medida de lo posible. Los Ingenieros Rafo y Rivera, autores del magnífico documento "Memoria razonada sobre la posibilidad y conveniencia de conducir a Madrid las aguas del río Lozoya, formada en virtud de la Real Orden de 10 de marzo de 1848", y que sin duda alguna conocían bien los conceptos de trazado de Vitrubio, cuando buscan la ubicación del primer depósito urbano escriben: "Luego la cuota de 340 pies para la altura del terreno, ó 390 pies para la altura total de la llegada del agua, o muy poco más, será suficiente para distribuir el agua a domicilio a todo Madrid, hasta los cuartos terceros o casi todo él para los cuartos cuartos donde los haya y boardillas…", lo que equivaldría a una presión mínima de acometida del orden de los 3 kg/cm2. Frontino llevaba una contabilidad precisa del agua aportada a la red y el agua no registrada. Conocía el rendimiento de sus acueductos y perseguía el fraude: "He descubierto campos empapados de agua y cabañas, incluso villas, en fin, toda clase de lupanares provistos de fuentes que manan sin cesar". Asociada a la distribución está la demanda. Cada destinatario de una acometida, cliente en nuestro lenguaje de hoy, debe recibir el servicio que espera y que está dispuesto a pagar: La gestión de la demanda no puede limitarse a conocer el fraude o mejorar el rendimiento de las redes de distribución. Un buen gestor debe conseguir la complicidad de sus clientes, quienes como consumidores son los verdaderos "gestores de la demanda". Debe conseguir su confianza y ser capaz de transmitirle que buena parte de la eficiencia en el uso de un recurso precioso y escaso es de su responsabilidad. No se trata de imponer medidas coactivas o de reducir el tamaño de las cisternas sino más bien de hacer un uso ajustado a la necesidad del recurso disponible.
El
saneamiento "Los primeros higienistas del mundo antiguo, tanto en sus casas como en sus ciudades, fueron los romanos. Aunque no tengamos certeza de que la invención del orinal (matula o matella) fuera obra suya, sabemos que este objeto, cuya forma exacta ignoramos, formaba parte del mobiliario del comedor de la casa romana. El dueño o sus invitados chasqueaban los dedos para que se lo acercara un esclavo. Estos recipientes generalmente estaban fabricados de bronce. Existían auténticos expertos en estos recipientes, de los que Cicerón (106-43 a.C.) se burlaba porque los olían cuando les eran presentados, ya que de esta manera conocían si habían sido fabricados en los famosos talleres de Corinto. En el siglo i d.C., San Clemente de Alejandría elevó la voz contra aquellos exquisitos personajes que sólo hacían uso de los de plata.
Fig. 3. Sifón de Guadalix. Canal de Isabel II. Madrid. Siglo XIX. Frente al saneamiento estático, las redes dinámicas tienen su antecedente en las obras de desecación de terrenos que los etruscos realizan en las zonas inundables. Con este sistema los romanos habilitaron los terrenos bajo las colinas del Capitolio y del Palatino que lindan con el Tíber, y posteriormente el Campo de Marte. Enseguida se llenarán estas zonas de edificios públicos y templos y las galerías construidas servirán además para la evacuación de las aguas pluviales. La denominación de cloaca, con la que se designa al sistema de evacuación de todo tipo de aguas, se debe a que toma la raíz del verbo latino colu (limpiar). La más conocida de todas ellas es la Cloaca Máxima, cuyos antecedentes estarían en la construcción de los canales de drenaje de los valles situados entre las colinas para su traslado al Tíber. Las primeras obras se atribuyen a Tarquinio el Soberbio (534-509 a.C.). En fecha posterior se afirmó la solera y se consolidaron los laterales. Tenemos constancia de que en el 158 a.C. estaba abierta, ya que el filósofo griego Crates, en las inmediaciones del Palatino, se cayó en ella. Posteriormente se apearía con hastiales de madera y se cubriría con tablas, intentando evitar las quejas de los ciudadanos por los malos olores que desprendían. En la fase final se realizaría una bóveda de cañón con dovelas de piedra. La sección transversal es muy variable según los tramos; se conocen restos de 2,1 metros y llega hasta los cinco metros en la desembocadura. La altura no se conoce muy bien debido a los fangos depositados; podría alcanzar hasta 10 metros. En el tramo final, antes de la desembocadura en el Tíber junto al puente Palatino, la bóveda tiene cinco metros de diámetro con tres roscas de dovelas de peperino. Fig. 4. Sifón romano del Aspendos. Valle de Eurymedon. Aunque en un principio sería como drenaje de las aguas de lluvia, en el 33 a.C. el cónsul Vispasius Agrippa aceptará que las aguas residuales puedan conectarse a las cloacas, lo que supone el inicio de las redes de saneamiento unitarias. Además, para contribuir a la limpieza y buen funcionamiento de la misma, hizo que los alivios de las siete conducciones que en aquellos momentos traían el agua a Roma se conectaran directamente. En un principio las cloacas se trazaban según los ejes de las calles, o junto a los bordillos de las aceras, intercalando registros verticales que facilitaran inicialmente la construcción y posteriormente la inspección. Las invasiones de los bárbaros modificarán las primitivas alineaciones, lo que ha hecho que los restos de algunas hayan aparecido debajo de las casas. La red de aguas residuales aprovechaba las características naturales del terreno, e iban totalmente independientes de las del abastecimiento para evitar su contaminación. Resultaba cómoda y económica la ejecución de las acometidas a la red desde los edificios privados o públicos, realizada con tubería de barro cocido y unión tipo enchufe-campana, uno de cuyos extremos era más estrecho que el otro y cuyas juntas se sellaban con mortero de cemento. Los tubos podían tener asas que facilitaban su manipulación y el descenso a las zanjas. A medida que se incorporaban aguas bajo otros caudales era necesario incrementar las secciones, que pasaban a ser canales rectangulares, muy superficiales, que incluso se cubrían con las mismas losas del pavimento de la calzada o de las aceras. Los últimos ramales de la red iban en galería subterránea visitable cubierta con bóveda, dentro de la cual podían ir los conductos en tubería o en canal libre. En los nudos importantes de la red se disponían arquetas de bifurcación. Tenía un sistema de absorbederos o buzones muy bien estudiado para que no se inundaran las calles. Las aceras estaban en alto, salvándose con rampas las zonas próximas a los absorbederos. La red finalizaba en los ríos o en los campos de cultivo (primeros pasos de la reutilización), regulando la salida para que no se produjeran erosiones importantes. Fig. 5. Divertículo de la conducción de Nimes. Complementariamente a la red existían unos recipientes colocados en las calles que recogían las orinas, sobre los que Vespasiano (69-79 d.C.) estableció un tributo a los bataneros y los curtidores que las recogían. Según nos cuenta Suetonio en la historia de Vespasiano, su hijo Tito le reprochó este hecho, ante lo cual el emperador le puso ante las narices una moneda procedente de la primera entrega y le preguntó si olía mal. Después de que Tito lo negara, Vespasiano le aclaró que la moneda procedía del comercio establecido para la retirada de la orina. Este hecho será criticado por el poeta Juvenal (¿60-140? d.C.), cuyas Sátiras denuncian los vicios de la Roma Imperial. En las 3 y 14, fustiga a los foricarii, nombre con el que se designaba a los arrendatarios de las orinas, manifestándose indignado por las actividades de los especuladores que para enriquecerse no rechazaban ningún tipo de industria." El origen de las letrinas públicas en Roma no es bien conocido, aunque en el inicio de la época imperial las letrinas accesibles a todos los ciudadanos se convirtieron en un bien general de la ciudad, instaladas en las zonas centrales de la misma y cerca de las canalizaciones. Tenemos información de que a finales del siglo iii d.C., siendo emperador Diocleciano (284-305 d.C.), se podían contar en Roma 144 edificios de este tipo. Fernández Casado al hablar de este tema explica que la convivencia y la armonía de los ciudadanos llegaba hasta las funciones más primarias, como la defecación, lo cual nos parece inaceptable con los actuales conceptos de intimidad personal. Añade como explicación: Fig. 6. Divertículo de la conducción de Nimes. "No hay que olvidar que la idea de la persona aparece muy tardíamente en el mundo clásico, con los neoplatónicos y los escépticos, y no se desarrolla definitivamente hasta el cristianismo en la época medieval." En los siglos I y II d.C. se tienen las primeras referencias de letrinas individuales en algunas casas privadas, que estarían conectadas a las cloacas. Hemos hecho esta continua referencia a los romanos, a Vitrubio y su tratado «De Architectura: Libros VII y VIII», y a Frontino como gestor de abastecimientos, «De Aquaeductu Urbis Romae», porque sus conceptos básicos, de plena actualidad, son hoy a veces ignorados y otras mal aplicados. Sin embargo, los ingenieros del XIX, apoyándose en la filosofía de los arquitectos romanos, que bien conocían, incorporaron los avances tecnológicos del XIX: la elevación por medio de máquinas y la fundición y el acero como materiales capaces de soportar grandes presiones. También en el XIX se avanzó en el conocimiento de las leyes del movimiento de los fluidos por cauces naturales y artificiales, pero la esencia de las soluciones romanas permanece vigente plenamente.
La
gestión del siglo XXI Todo lo expuesto en las páginas precedentes sigue siendo válido, pero hace falta dar solución a más y nuevos problemas.
Nuevas
captaciones, nuevos aductores La nueva demanda exigirá la construcción y/o ampliación de los acueductos, estaciones de tratamiento, centrales de elevación, etc. La
extensión de la red Tanto en la planificación y proyecto de nuevas aducciones, como en la extensión de la red, los modelos matemáticos, soportados en sistemas informáticos, son afortunadamente hoy una ayuda indispensable. El
saneamiento La
depuración Esta exigencia está legislada en Europa, e implica cuantiosas inversiones y elevados gastos para la operación y el mantenimiento de las instalaciones. Los costes de la colecta y depuración de las aguas usadas son del mismo orden que los del abastecimiento.
La
financiación La tendencia general desde Frontino es que un servicio medible sea pagado por quien lo disfruta en la medida que lo usa. Esta es la estrategia en Europa y en esta línea se manifiesta la Directiva Marco en redacción. Sin embargo, como todos los ciudadanos deben tener acceso al mismo con independencia de su nivel de renta, las administraciones pueden establecer tipos de tarifas que hagan posible este acceso a todos los ciudadanos.
Los
servicios del siglo XXI. Sistemas integrales de calidad 1. Sistemas con captaciones del suministro interconectadas, redundantes y robustos. 2. Calidad y alta protección de las fuentes. 3. Estaciones de tratamiento bien dotadas. 4. Redes de distribución construidas con materiales adecuados, jerarquizadas y sectorizadas. 5. Redes de colectores jerarquizadas y sectorizadas. 6. Depuradoras eficientes y bien dimensionadas. 7. Depósitos reguladores de tormentas u otros sistemas que reduzcan la emisión de vertidos no depurados. 8. Gestión del ciclo integral de uno o varios sistemas interconectados. 9. Entes o empresas de gestión profesionales con experiencia en la gestión y el manejo de herramientas para la gestión de sistemas complejos. 10. Capacidad de información y comunicación con los usuarios. La respuesta a las premisas expuestas en tiempo y forma exige organizaciones profesionales y potentes con capacidades técnica, de organización, comercial y financiera, con el conocimiento y control suficientes para aplicar en cada momento la mejor solución al problema planteado. No se cuestiona que la responsabilidad última de la prestación de un servicio tan esencial corresponda a los poderes públicos. La legislación española asigna la competencia de esta tarea a los municipios, considerando el legislador que el municipio dispone de fuentes de suministro y cauces de entrega suficientes e independientes. En una gestión moderna muchos municipios carecen del tamaño, capacidad técnica y de gestión necesarios para prestar un servicio de calidad. Por otra parte, la adscripción de un pequeño municipio a un sistema más grande proporciona mayor robustez y garantía, reduce costes de explotación y mejora la calidad de los servicios. La tendencia actual, y más de futuro, será definir unidades de gestión supramunicipales que dispongan de recursos garantizados y redundantes, un volumen de actividad que posibilite una gestión con medios y más profesional y que realice la operación de todo el ciclo urbano, desde la captación hasta la colecta y depuración de las aguas servidas, responsabilizándose por tanto de que los efluentes vertidos a los cauces o entregados para reutilizar lo son en las condiciones prescritas por la normativa en vigor.
• Complejidad de las instalaciones: Las mayores exigencias de calidad y la demanda creciente de recursos, exigen la aplicación de tecnologías avanzadas y complejas y la cualificación creciente del personal que opera las instalaciones. • Financiación: La implantación de nuevas infraestructuras y la renovación de las existentes demandan recursos cuantiosos. La tendencia general, y las previsiones de la UE en particular, previenen que estos costes deben ser financiados por todos los usuarios –incluso los usuarios públicos, incluidos los propietarios de los activos–. Únicamente las obras de regulación deberán compartir costes con los otros usos a los que puedan servir, industriales, agrarios, de prevención de crecidas, de regulación y mantenimiento de caudales, paisaje y ecosistemas fluviales. • Gestión de clientes: El servicio estará regulado por un Reglamento del Servicio y un contrato que especifique los derechos y obligaciones de las partes. Cada cliente pagará el servicio que utilice, y tendrá información puntual y completa sobre los aspectos que interese del servicio.
Modelos
de gestión • Gestión integral: Es aquella que lleva a cabo un solo ente de gestión que asume la responsabilidad de todas las actividades necesarias para prestar un servicio de calidad en todo el ciclo. • Gestión dividida: La gestión total es prestada por varias entidades.
Si atendemos a la naturaleza del ente que presta el servicio: • Gestión directa indiferenciada: El servicio lo presta el propio ente público (Ayuntamiento, Consorcio o Mancomunidad). La dirección del servicio recae en el órgano rector del ente público y está sometido al régimen administrativo del ente público que se trate. • Gestión directa diferenciada: La responsabilidad del servicio recae en el órgano rector del ente público pero el servicio se presta por un órgano constituido a tal efecto con personalidad jurídica independiente. La forma más común es la empresa mercantil con capital íntegramente público. Está sujeta a las limitaciones que las leyes imponen a las empresas de esta naturaleza en cuanto a modalidades de contratación, sujeción a las leyes del Estado, etc. • Gestión a través de empresa mixta: El ente público se asocia con un operador privado y a la empresa así formada se le encomienda la gestión del servicio. En este caso, la gerencia y la operación se le asigna al operador privado cualquiera que sea la participación pública. Si el capital es mayoritariamente público estará sometido a las mismas reglas que lo estaban las sociedades de capital público. El objetivo que persigue esta modalidad es incorporar el "know how" y experiencia del operador privado y que el socio público conozca profundamente el funcionamiento interno del servicio y sus necesidades. Al operador privado se le remunera su participación a través de un canon fijo o variable en función de las mejoras de eficiencia. Tanto el Ayuntamiento como el operador percibirán además los rendimientos que genere la Sociedad en función de sus respectivas participaciones. • Gestión indirecta por concesión del servicio: El servicio es prestado por un operador privado en régimen de concesión, el cual asume la gestión a su riesgo y ventura, realizando las funciones establecidas en su contrato y financiando en ocasiones determinadas inversiones. La contraprestación es el cobro de los servicios aplicando las tarifas contractuales ofertadas. Toda la responsabilidad del servicio recae en el concesionario, y el responsable público mantiene las funciones de controlador y supervisor del cumplimiento de las condiciones contratadas. • Concierto: Podíamos definirlo como un contrato de los servicios necesarios para la operación integral del sistema. La variante más utilizada es el arrendamiento. En este contrato el operador realiza todas las funciones necesarias para la prestación del servicio y lo factura al titular del mismo, el cual es, a su vez, quien lo cobra de los usuarios-clientes. Generalmente, la facturación del operador es variable (función del agua servida) o es binomia, con una parte fija y otra variable. La modalidad es compleja, no se aprovechan totalmente los conocimientos comerciales del operador ni existe comunicación directa entre éste y los usuarios. • Gestión interesada: En esta variante de la concesión el ente concedente y el concesionario participan en las mejoras de utilidades producidas en el servicio, y exige que el órgano regulador intervenga y conozca profundamente las cuentas del concesionario. La "gestión dividida" no tiene regulación específica alguna en la legislación. Son contratos de servicios sujetos a la legislación vigente para este tipo de actividad.
Valoración
de los modelos expuestos Valoraremos nueve indicadores: en una escala de 1 a 4 (1, deficiente; 2, suficiente; 3, notable y 4, sobresaliente). a. Garantía de calidad del servicio: Aseguramiento de la calidad del producto (agua entregada al usuario y agua depurada) y del servicio prestado al usuario (presiones en la red, respuesta frente a averías, etc.). b. Solvencia técnica: Solvencia y experiencia del operador en la aplicación de las tecnologías oportunas para la prestación del servicio. c. Eficacia del control: Capacidad real del órgano regulador de exigir el cumplimiento de lo contratado. d. Eficiencia técnica y comercial: Rendimientos en red, ajustes en costes y optimización de los procesos de facturación y cobro. e. Tarifas: Fijación de los menores precios, atendiendo todos los costes del servicio. f. Financiación de inversiones: Aportación de recursos para financiar nuevas infraestructuras o amortizar las ya existentes y atender a su renovación. g. Aceptación del modelo por los empleados a mantener. h. Aceptación del modelo por los usuarios. i. Flexibilidad del modelo: Posibilidad real de modificar el modelo o cambiarlo si el ente público responsable del servicio no estuviera de acuerdo con su funcionamiento. Del análisis realizado se concluye el esquema mostrado en el cuadro 1. En La Unión Europea (véase el cuadro 2) y en el mundo desarrollado están operativos todos los modelos enunciados. Todos tienen ventajas e inconvenientes y en cada circunstancia resultan más eficaces unos que otros. Sin embargo, al igual que en la gestión de otras infraestructuras y servicios públicos, se está produciendo un desplazamiento continuo de la gestión directa a la indirecta bajo alguna de las modalidades expuestas. Pero mucho nos queda por hacer para hacer salubre el agua usada por más de mil quinientos millones de seres humanos. ¿Cuál es el porvenir de los países no desarrollados? ¿Qué hacer en los arrabales de las enormes metrópolis descontroladas, organizadas por ranchitos, favelas, chabolas, etc. en las que no hay capacidad de pago y donde sus habitantes, que carecen de un servicio a domicilio o en su área, se ven obligados a pagar por el agua imprescindible para ingerir y malvivir, servida en condiciones sanitarias deplorables, cantidades que superan en ocasiones a un servicio de calidad razonable? Para terminar y para que veamos qué poco han cambiado las cosas, recojo en este epílogo el que lo fue del discurso de contestación del académico de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, el ingeniero de caminos don José Echegaray a su compañero e ilustre higienista don José Morer en 1867. "He aquí, en breves frases, el progreso realizado en los tiempos modernos respecto a la parte teórica del problema que nos ocupa. Pero no: el progreso es otro, y es infinitamente mayor. Si no podemos vanagloriarnos, dice al concluir el señor Morer, de haber vencido a la antigüedad por el número, por la magnitud o por la belleza de nuestras construcciones hidráulicas, podemos en cambio reclamar más nobles y elevados timbres. Las obras romanas tenían por base el pillaje, el saqueo y la esclavitud: las modernas, la asociación y el trabajo libre e inteligente. En una frase ha condensado el nuevo académico con su penetrante ingenio un mundo de ideas: sí, el progreso, el verdadero progreso de nuestra sociedad sobre la sociedad romana se pinta en estas tres palabras: trabajo libre e inteligente. El trabajo, que como dice un eminente orador, domeña el fatalismo de la materia, infundiendo en ella el espíritu inmortal del hombre; la libertad, sin la que el ser humano es masa que cae, átomo que arrastra el huracán de la vida; y la inteligencia, luz divina, que le enseña hacia dónde está el término misterioso de su destino."n Nota 1. Aqua levissima pluvialis est; deinde fontana; tum ex fiumine; tum ex puteo; post haec ex nive; aut glacie; gravior his ex lacu; gravissima, ex palude.
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